Dios es amor y la forma concreta de este amor es la misericordia. Esta es la virtud propia de Dios. En nuestras familias debemos siempre compenetrar con EL, con su persona y tratar de asumir su papel.
Es decir, Dios nos recibe, Dios nos perdona y Dios nos acoge. Su misericordia es ilimitada, inagotable e insondable. Pero el perdón de Dios también está sujeto a una condición: “Si no perdonas a los demás, tampoco nuestro padre perdonará nuestros pecados” (Mt 6,15).
Las familias están llamadas a imitar al Padre. El debe ser nuestro ideal de vida y el único modelo de identificación en la vocación de padres.
El perdón de Dios está directamente relacionado con la palabra «gracia», que describe el favor inmerecido que recibimos de Dios. Es fundamental entender el significado real y el propósito del perdón y de la gracia de Dios.
“La familia es un gran gimnasio de entrenamiento en el don y en el perdón recíproco sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin entregarse y sin perdonarse el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos enseñó, es decir el Padre Nuestro, Jesús nos hace pedirle al Padre: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, explicó el Papa Francisco.
Y también ha comentado: “No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en la familia. Cada día nos ofendemos unos a otros. Lo que se nos pide es curar inmediatamente las heridas que nos provocamos, volver a tejer de inmediato los hilos que rompemos en la familia”, puntualizó el Santo Padre.
“Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, se sanan las heridas, el matrimonio se fortalece y la familia se convierte en una casa cada vez más sólida”, refirió.