¡Oh, Señora mía! ¡Oh, Madre mía! Yo me ofrezco todo a ti y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser.
Ya que soy todo tuyo, Madre compasiva, guárdame y defiéndeme como a pertenencia y posesión tuya.
Amén.
También podemos rezar:
¡Oh María, Virgen poderosa y Madre de misericordia, Reina del cielo y refugio de los pecadores!, nos consagramos a vuestro Inmaculado Corazón.
Os consagramos nuestro ser y toda nuestra vida; todo cuanto tenemos, todo lo que amamos, todo lo que somos. A Vos, nuestros cuerpos, nuestros corazones, nuestras almas. A Vos, nuestros hogares, nuestras familias, nuestra Patria.
Queremos que todo, en nosotros y en torno nuestro, os pertenezca, y participe de los beneficios de vuestras maternales bendiciones. Y, para que esta consagración sea verdaderamente eficaz y duradera, renovamos hoy, a vuestros pies, ¡oh María!, las promesas de nuestro bautismo y de nuestra primera Comunión.
Nos obligamos a profesar siempre y valerosamente las verdades de la Fe, a vivir como católicos, enteramente sumisos a todas las normas del Papa y de los Obispos en comunión con él.
Nos obligamos a observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, en particular la santificación del Domingo.
Nos obligamos a introducir en nuestra vida, en lo posible, las consoladoras prácticas de la Religión cristiana, sobre todo la Sagrada Comunión.
Os prometemos, finalmente, ¡oh gloriosa Madre de Dios y tierna Madre de los hombres!, consagrarnos de todo corazón al servicio de vuestro culto bendito, a fin de apresurar y asegurar, por el reinado de vuestro Corazón Inmaculado, el reinado del Corazón de vuestro adorable Hijo, en nuestras almas y en todas las almas, en nuestra Nación y en todo el universo, así en la tierra como en el cielo.
Amén.